sábado, 23 de mayo de 2009

Un paseo por la orilla del pantano de Navalcan











































Nada hace presagiar en el destartalado poblachón de Talavera de la Reina que en su proximidad se encuentre la naturaleza más sugerente. El río Alberche se une al Tajo junto a Talavera. Entre esta línea y la linea que traza el río Tietar, más al norte, se encuentra la Sierra de San Vicente como antesala de la Sierra de Gredos. Hacia el oeste se encuentran los pantanos de Navalcan y del Rosarito.


El pantano de Navalcán se encuentra rodeado de encinas y coscoja; para llegar allí se atraviesa una vasta zona de dehesas. Ya en el pantano, se puede pasear por sus orillas y adentrarse en algunos de los bosquecillos e incluso ver correr a un cervato. A la caída de la tarde sobrevuelan bandadas de pájaros y en la cola del pantano pastan juntos caballos y vacas. En una visita anterior pude ver cormoranes.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La ruta del Cares en febrero






































Desde León se puede acceder al puerto del Pontón por distintas carreteras en las que ya se presagia el norte. Bajando el puerto se encuentra el pueblo de Posada de Valdeón al pie de los Picos de Europa, entre los macizos Central y Occidental; desde el pueblo se divisan claras las impresionantes cumbres nevadas recortadas en el cielo. Más al norte se encuentra Caín, una barriada que al igual que Posada ha ido perdiendo la idiosincrasia de sus antiguas casas de montaña.


La llamada "ruta del Cares" empieza precisamente en Caín si se aborda desde el sur. Se deja atrás la última casa, ya a pie, y pronto nos encontramos en una represa del río en la que se aprecian las escalas de artesas para que los peces puedan remontar la corriente. El río ha labrado una honda brecha en la montaña que separa los macizos Central y Occidental. Se sortea la estrechez del valle a esa altura a través de un pasadizo excavado en la roca y se percibe el vértigo y la grandeza de la ruta que empieza. Mas adelante, dos puentes, que nos llevan de uno a otro lado del río, contribuirán al disfrute del sobrecogedor paisaje. Pasado este trecho el camino discurre al descubierto. Pronto el nivel que guarda la senda nos aleja del agua que discurre abajo y lejana. La senda, a media ladera, sigue el curso fluvial hasta Poncebos. La ruta no tiene mayores dificultades si se recorre en un único sentido; se hace más dura si hay que volver en el día. El valle angosto al principio, se abre conforme se llega a Poncebos. En paralelo está el canal: a tramos al descubierto, y en otros, se adentra y desaparece en la montaña -el agua fría que se toca, discurre mansa por la acequia-; se trata de una construcción de principios del pasado siglo y que sirve para mover una central eléctrica. La obra de ingeniería, construida en estos parajes y en aquella época, se antoja colosal.


Ya en Poncebos, el ascenso a Bulnes en el funicular que atraviesa la montaña completa la excursión. Desde Bulnes se divisan los picos y las crestas más importantes aunque no el más famoso, el Naranjo; hay que salir del pueblo para divisar su silueta inconfundible. Aquí uno se siente en lo más alto y se está mas cerca de las rutas míticas de alta montaña que parten de estos prados.






























martes, 19 de mayo de 2009

Cabañeros en marzo










El Parque Nacional de Cabañeros en pleno corazón de los Montes de Toledo se presenta espléndido en primavera. Desde Madrid se accede por la comarcal 403 y por un desvío se llega al borde de los límites actuales del parque, Navas de Estena. Más al sur, en Retuerta del Bullaque, se encuentra la entrada al parque por carretera. Se atraviesa de norte a sur y las sierras se aparecen más cercanas; hacia abajo, se ven las rañas con su aspecto adehesado. Se llega así a Horcajo de los Montes. Aunque el nombre compuesto de los pueblos nos resulte evocador y sugestivo, es poco lo que queda de su antiguo aire serrano. Nada queda visible de su actividad ancestral y sí de los todoterreno de la guardería del parque como signo de los nuevos tiempos.



En Horcajo un paseo hacía el oeste por el sendero que sigue el cauce del arroyo del Rubial lleva a un merendero y después a un bonito paraje presidido por una cascada. El bosque mediterraneo se disfruta en todo su esplendor; las distintas variedades de la jara jalonan la senda y de lejos se ven las encinas y los quejigos.


De vuelta por Anchuras y Sevilleja de la Jara aparecen en las laderas los canchales como ríos de piedra que bajan de las sierras.

domingo, 17 de mayo de 2009

El hayedo de Munilla





















Uno cree que el mundo se acaba en Munilla, pero no es así. Se puede ir más allá y llegar a Zarzosa; e incluso se puede llegar hasta San Vicente. Aunque para una experiencia ascética, nada como un paseo por los caminos solitarios que recorren el enigmático y majestuoso hayedo de Santiago (Monte Real). Tras coger una trocha a la izquierda de la pista, un poco más allá de la Ermita, y tras sortear la valla de alambre que impide el paso del ganado, se tiene la impresión de que la vegetación se espesa. El camino discurre al principio siguiendo el curso de un riachuelo; a ambos lados aparece la retama, el espino albar y la rosa canina. Los árboles en esa parte baja del monte son muy diversos, desde fresnos hasta chopos y olmos. Conforme se asciende van apareciendo las hayas hasta constituir un decorado envolvente y único. Su corteza fina les confiere un aire carnoso y elegante. Los ejemplares viejos, se antojan fantasmales y amenazantes con sus troncos retorcidos y sus nudos; sobre estos troncos se elevan firmes hacia el cielo sus enormes ramas. Las recientes hojas verdes de los árboles apenas dejan pasar la luz. Se avanza por la sombra en un camino zigzageante que al final alcanza la pista; en la cima se abre el bosque y desde el puerto se ven a lo lejos los pueblos del Cameros Viejo.

El balcón de la casa de Munilla ha resultado ser un magnifico observatorio para ver el trasiego de los pájaros a la caída de la tarde. He montado rápido el catalejo: unos aviones hacían su nido; una golondrina entre vuelo y vuelo se posaba en el cable del teléfono o en la barra de un tendedero; un grupo de estorninos en el tejado hacía tiempo para meterse en sus nidos debajo de las tejas.

La pista a San Vicente asciende por el monte pelado. Por todas partes las laderas muestran los antiguos bancales. El color amarillo de la flor de las aulagas aparece salpicando el paisaje. Al lado del camino, sobre una piedra, apareció una collalba.